Actualmente, todos los proyectos de educación van dirigidos a desarrollar lo que comúnmente llamamos “inteligencia”, parece que lo más importante es que nuestros hijos sepan matemáticas, hacer cálculos, y con ello todos felices y contentos.
Pero ninguna Ley de Educación ha plasmado la necesidad de materias que formen a los niños en Inteligencia Emocional, que les enseñen a gestionar los sentimientos en sus relaciones con los demás, sean familia, amigos, compañeros de trabajo y con ellos mismos, a saber aceptarse y cuidarse. Una carencia que se observa en la educación es el concepto de tolerancia a la frustración, posponer la recompensa, hacerse consciente de que es necesario esforzarse para alcanzar el objetivo que nos hemos marcado. Por supuesto, siempre hay gente que obtiene cosas sin esfuerzo, pero eso no es lo habitual, ni si quiera sano para la mente porque al final no valoramos lo que tenemos y acumulamos sin esfuerzo. Si nos formaran desde pequeños en inteligencia emocional, estaríamos más preparados para afrontar las experiencias vitales, etapa a etapa, las alegres y las tristes. A lo largo de nuestras vidas vamos teniendo diversas vivencias y la forma en la que las afrontemos determinará el resultado de las mismas, y que salgamos con un aprendizaje que nos haga más fuertes y estar más preparados para las siguientes.