Todos tenemos una imagen de lo que queremos llegar a ser o a conseguir en nuestra vida y nos esforzamos todo lo que podemos para lograr el objetivo con los medios que disponemos. Es un camino que podemos recorrer de muchas maneras, pero si nos obsesionamos con la perfección puede que nos estrellemos incluso antes de empezar.
Ejemplos de esta forma de actuar los encontramos con frecuencia en el mundo del deporte, en la lucha por llegar a ser el número uno vemos como deportistas famosos y muy conocidos no pueden tolerar sus errores, se descontrolan y pierden los nervios y los modales cuando fallan o no llegan al nivel que se habían marcado.
Es el Síndrome del perfeccionismo, no aceptan sus propios defectos o debilidades, no se dan cuenta de que los humanos no somos perfectos.
Vivimos en una época de alta especialización y mucha competitividad en todos los ámbitos de la sociedad, se espera de nosotros que seamos impecables en todo momento, al cien por cien y sin defectos, lo cual nos genera más y más presión en nuestras vidas, buscamos el perfeccionismo, ocultando nuestra vulnerabilidad, que somos imperfectos, es nuestro mecanismo de defensa ante la incertidumbre en la que vivimos. Al actuar así reprimimos nuestras emociones y cómo somos realmente, y de ahí viene un nivel de presión interna enorme, que tarde o temprano necesitaremos liberar de una manera u otra. Una película que refleja con mucho realismo los límites a los que nos puede llevar esa tensión de la búsqueda de la perfección es “Cisne negro”, nuestra mente buscará caminos que pueden ser patológicos, no podemos aferrarnos al perfeccionismo porque puede tener el efecto opuesto.
Muchas veces los padres se empeñan en que sus hijos sean mejor que ellos, perfectos, quieren sentir el éxito a través de sus hijos, les presionan continuamente y no son conscientes de que con ello limitan sus posibilidades, están coartando la libertad de sus hijos para ser ellos mismos y decidir el camino por el que quieren optar. Por otra parte, el efecto que consiguen es elevar la tensión por el miedo a cometer errores que lleva a equivocarse más y más, y a bajar el rendimiento sintiendo una frustración constante. Estos padres consiguen hijos que están más pendientes de complacer a los demás que en esforzarse por mejorar y disfrutar del camino.
Los errores son un componente fundamental en el aprendizaje y todos preferimos que las personas de nuestro entorno sean humanas y que no esperen de nosotros que seamos perfectos.
Es bueno hacernos tres preguntas para ver si estamos haciendo lo correcto:
1 – ¿Estoy intentando complacer a los demás?
No adivines el pensamiento de los demás, vive la vida que has elegido, se sincero y le gente te respetará.
2- ¿Qué es lo peor que podría pasar?
Cuando estamos atrapados en expectativas inalcanzables, alimentamos nuestros miedos e inseguridades, el miedo al fracaso nos asusta y paraliza, en lugar de alimentar nuestra motivación.
3- ¿Qué puedo aprender de que no haya salido como esperaba?
Busca los motivos por los que no se ha podido conseguir, qué puedes mejorar y cambiar y algo muy importante es darte cuenta de si realmente el resultado estaba en tus manos.
En la vida hay que experimentar, intentar mejorar, pero siendo valientes para aceptarnos como somos y disfrutando de ser nosotros mismos. No podemos permitir que una visión idealizada de nuestras vidas obstaculice el disfrute de la que tenemos, hay que evitar que el perfeccionismo nos impida ver.
“QUE LOS ÁRBOLES NO NOS IMPIDAN VER EL BOSQUE”
Soledad Roustan Gullón
Psicóloga colegiada M-20027
PSICOACTIVE